En pleno año 2016 todavía ocurre. Para nuestro gusto, ocurre en demasiados sitios que visitamos. No sólo nos referimos a Euskadi, nuestro círculo gastronómico habitual, sino que hablamos de tabernas, restaurantes, asadores, antros y chamizos gastronómicos de toda España donde todavía te atienden y es posible comer “a carta cantada”. ¿Mito, realidad, leyenda urbana? Para salir de dudas, lo mejor es que tomemos asiento, llamemos al camarero y preguntemos qué hay para (comer) hoy.
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Una vieja usanza asociada al menú del día
Desconocemos si el adverbio gastronómico “a carta cantada”, primo-hermano de “a porta gayola“, está formalmente bien empleado o aceptado por la RAE, pero desde luego es un término que siempre se ha escuchado en conversaciones y recomendaciones gastronómicas.
Venga, ahora no nos digas que no te suena de nada el término… Nos referimos a la situación en la que te sientas en la mesa de un local de comida, y donde sin carta ni papel de por medio, el camarero se acerca a tu mesa y apoyándose en la chuletilla, lee en voz alta, cual sermón, lo que hay para comer.
En bares y restaurantes que sólo se dedican a la loable y cada vez más difícil ofrenda del menú del día, es entendible. Todo el mundo que para en estos sitios a comer, sabe a lo que va, y sabe lo que va a pagar por comer. Lo mismo que el camarero, que recita primeros, segundos y postres a la velocidad del Concorde. Hay que cumplir órdenes del sabio jefe Mr. O’Clock, time is money.
Librando de esta reflexión y reivindicación a este tipo de garitos gastronómicos, hoy queríamos hablar de bares, restaurantes y asadores en los que te sientas a comer algo más que un menú del día que hayas podido leer en la típica pizarra fuera del local.
Nos referimos a los sitios en los que sin carta de por medio, fiándote única y exclusivamente de la sonrisa (¿qué sonrisa? Eso sí que es una leyenda urbana) de la camarera, te ves “obligado” a pedir una serie de platos. Prácticamente Totalmente a ciegas, sin conocer el precio de los mismos.
El ser humano es era confiado por naturaleza, pero con todas las cosas horrorosas que ocurren en el mundo y con la crisis económica todavía haciendo pupa en nuestros bolsillos, qué menos que saber que la ración de pulpo que hemos pedido nos va a costar 15 €, 30 € la lubina para dos, 4 € la media de croquetas y 14 € el albariño casero que nos vamos a soplar hoy.
La importancia de la carta en un restaurante
En Europa consideran despectivamente a España como “el país de los camareros”. Nos duela o no decirlo, al sector de la hostelería española (siento meter a los que no se lo merecen en este saco) le falta mucho recorrido en cuanto a la profesionalización de tan sacrificado oficio. Si bien hay gente que pone todo su empeño, entusiasmo, y en algunos casos, la mejor de sus sonrisas, hay propietarios de negocios y personal que se dedica a la atención directa del cliente, al que le queda mucho por aprender.
Y esa falta de profesionalización se nota desde el momento en el que una persona, sea un vecino del pueblo, un turista catalán, un hombre de negocios esloveno o un japonés con un cámara réflex de 3700 €, no encuentra en su mesa, o no recibe por parte del camarero, una carta o menú con los platos u oferta gastronómica del sitio en cuestión. No estamos pidiendo una carta de diseño súper molona con una carta de vinos a juego, nos vale con un folio, incluso un folio con tachones de los platos que no quedan. Pero qué menos que saber y poder leer qué platos hay, y cuánto vale cada uno.
¿Te parece normal que tengamos que andar preguntando al camarero cuánto cuesta cada plato interesante de entre todos los que ha recitado? Por supuesto, no es culpa del camarero, el último mono en esta cadena de despropósitos gastronómicos, sino del propietario del local, que probablemente tenga su vida solucionada y no tenga ningún ánimo de mejorar, ni profesionalmente ni a nivel personal. Con la dejadez y la desidia hemos topado, porca miseria!
No ofrecer ni tener visible una carta o menú con los platos del restaurante y sus precios asociados no es algo muy frecuente, pero desgraciadamente, es más habitual de lo que pensamos. Así es, porque esta casuística se sigue dando en sitios de la Euskadi profunda, en la Asturias más rural, en las cuatro provincias de Galicia, en el sur de Ciudad Real y en muchos puntos de las 52 provincias que componen España. Porque aquí hay estopa para todas y todos, que no se diga que tenemos “ojitos” por alguna en concreto. Ahora bien, sí es verdad que normalmente esta rocambolesca situación se da con más asiduidad en zonas rurales, zonas en las que el turismo, de momento y por la razón que sea, no ha desembarcado. Pero, ¿y el día que desembarque?
¿Qué ocurrirá el día en el que un autobús lleno de japos decida, casualidades de la vida, parar a mear, y de paso comer, en ese viejo asador al lado de la autovía que sigues regentando, con mano de hierro para tus empleados, y con cachondeo y “coleguismo” para tus amiguetes? Ahí es cuando te tocará enfrentarte a una cruda realidad, a unos clientes que sean japos o almerienses, quieren saber qué comen y qué pagan por comer. Ah, no, que tú estarás echando la siesta mientras son tus pobres camareros quienes sufren la indiferencia y las caras largas de unos comensales que no protestan porque no tienen su carta en japonés, en inglés (ésta es otra batalla) o en castellano, sino porque directamente, ¡no hay carta con precios! Acto seguido, es más que probable que tres cuartos de la mesa se levante y se vuelva a montar en el autobús. Sólo quedarán los tontos, los ricos y los que están a punto de morir por inanición.
¿Tanto cuesta hacer una carta con precios?
Aunque parezca increíble, hay gente a la que el simple hecho de que “le canten la carta”, sin dar precios por supuesto, le pone cachonda. Lo ven como sello de garantía de estar comiendo en un sitio auténtico, de cocina casera, un sitio “de los de antes, de los que ya no quedan”. Dicha opinión y sentimiento gastrosexual nos parece totalmente respetable. Es más, nosotros también hemos disfrutado un montón en sitios como estos, donde la única incógnita es adivinar lo que vas a pagar. Ahora bien, siendo objetivos, ¿y si nos ponemos en la piel de un turista o viajero extranjero que aterriza por motivos de negocio en Eibar y le recomiendan ir a un restaurante-caserío donde comer las mejores alubias de su vida? ¿Y dónde por supuesto, no tienen carta ni lista de precios?
¿Qué cara pondrá esta persona cuando se le acerque la camarera y le espete la interminable lista de sabrosos platos y especialidades de la casa? Si sus lógicas preguntas y plegarias no obtienen una respuesta formal y profesional, que no te extrañe si esa persona se levanta de la mesa para cruzar la carretera e ir al restaurante de enfrente, que todo el mundo sabe que ofrece comida de peor calidad, pero en el que por lo menos, sabes lo que vas a pagar por la dichosa gastroexperiencia. Porque la pela es la pela.
Poniéndonos en tesitura de que tenemos el día bueno, estamos hambrientos y el camarero nos ha caído simpático, obviamos el detalle de no tener carta. Tras escuchar pacientemente la retahíla de platos, es normal que la gente quiera saber el precio de la ensalada especial de la casa, del kilo de chuleta o del vino de autor de Rioja con el que vamos a regar la comida. Totalmente legítimo, ¿no?
Te hemos pasado lo de la carta, pero si ante nuestra pregunta sobre el precio de un plato o de un vino, no eres capaz de darnos precios aproximados, o ante la duda, ir a cocina y/o barra y venir con una respuesta, te estás ganando que nos levantemos de la mesa y te denunciemos, como dice nuestro amigo Igor Cubillo, ante la policía gastronómica, por alteración del orden hostelero profesional y por incompetencia enogastronómica. Cadena perpetúa. Como mínimo.
Restaurantes, hosteleros y camareros que viven ajenos a la realidad
Sorry, but… Estamos en el año 2016, con un turismo cada vez más al alza, con gente que nos llega desde países cada vez más recónditos. Si queremos que esta gente se lleve una buena impresión de nuestra tierra, de nuestra gastronomía, de nuestra profesionalidad hostelera, este tipo de actitudes o inacción frente a la mejora, no ayudan, sino todo lo contrario, generan una imagen y percepción, en nuestra humilde opinión, muy negativa en el turista. Y el turista tiene amigos y familiares con los que habla y comenta su experiencia. Ah, sí, previamente lo habrá hecho también en sus diferentes canales y redes sociales.
Y no estamos pidiendo que tengas una ISO, una “Q de Calidad” o una certificación que te acredite como “restaurante homologado por la norma X”. La realidad es que el cliente quiere, y tiene derecho, a saber qué va a comer, y cuánto le va a costar la broma gastronómica.
Así que ya sabes, déjate de cánticos improvisados en la mesa y vete con los cuentos chinos gastronómicos a otra parte; es donde probablemente se irán tus comensales si no pones una carta o menú a su disposición. Más vale que seas rápido, a la voz de ya.
Porque sin carta no hay paraíso (gastronómico), y la experiencia de comer a carta cantada, salvo consabidas excepciones entre amigos y locales de menú del día, debería ser ya cosa del Paleoceno. ¿Será ésta nuestra duodécima manía gastronómica? En fin, a lo que íbamos: ¿Qué hay para hoy Mr. Waiter?
Disclaimer: Algunas fotos que ilustren este artículo tienen su origen en Flickr (se menciona en la leyenda de cada foto) , siendo obras con licencias CC BY 2.0 y CC BY-SA 2.0. La única modifcación realizada a las fotos originales ha sido la de hacer un resize para que el tamaño esté acorde con el resto de fotos del blog.
On egin!
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La reflexión sobre la hostelería da para largo… Y es que estando España en el ranking de los países que más turismo reciben, y Euskadi en auge también… el tema de los precios que bailan es de traca.
He podido viajar a Francia mucho, más allá de Iparralde y las Landas eh? Y ya te sientes en el super turístico Sarlat la Caneda o un pueblo perdido Normando te dan la carta de bebidas, con lo que ya sabes lo que te cuesta una coca cola o un café. Yo aquí pocas veces he visto que te den una carta de precios de un bar, o que en una barra de pintxos te especifiquen nada (y en Donosti un pintxo puede ir en la horquilla de 1,50 a 3 y pico…).
Con un poco de voluntad y afán de ofrecer un servicio de calidad los platos “cantados” como los pescados del día por ejemplo, podrían estar añadidos en la carta con una hoja aparte, en una pizarra… yo creo que formas hay.
En la próxima reflexión colectiva te propongo un tema interesante: La ley autonómica andaluza obligará a tener a disposición de los clientes un “recipiente con agua fresca y vasos”(costumbre muy habitual en Francia por cierto) http://verne.elpais.com/verne/2016/10/26/articulo/1477475233_204362.html
Ondo segi!
Aupa Noelia! Sí, esta reflexión la hemos centrado en el concepto de “carta cantada”, pero efectivamente, sobre hostelería se podría escribir una trilogía, o un decálogo :). Francia y otros países europeos, para bien, y para no tan bien en otros temas, juegan en otra Liga, estamos a años luz de su profesionalidad, con todo lo que ello conlleva. Ya que comentas lo del agua del grifo, te dejo una noticia sobre la campaña que ha lanzado el ayuntamiento de Eibar y Kutxa Ekogunea para el consumo de agua de grifo en los bares de la localidad armera, algo que ya se hace desde hace algunos años en Donostia. Puedes leer la noticia, aquí. Eskerrik asko por compartir con nosotros tu experiencia Noelia, hurrengorarte!