Valora qué te ha parecido este artículo
Mis padres me cuentan que de pequeño era un comedor normal, ni de los que comen todo, ni de los que comen mal y desesperan a sus padres. Sí me cuentan en cambio, y yo también tengo recuerdo de ello, que en el comedor de la ikastola o colegio, comía mal, tirando a muy mal. Por mucho que las señoras del comedor que nos cuidaban y se encargaban de que comiéramos lo intentaban por activa y por pasiva, primeros platos como los garbanzos, las alubias, rojas y blancas, las vainas, la coliflor etc., y segundos platos de pescado, no eran santo de mi devoción. De hecho, alguna vez me recuerdan que al llegar a casa y preguntarme qué había comido, decía: “Tres garbanzos”. Sí, tres, hablo de unidades.
Ojo, este mal comer de la ikastola no significa que la comida estuviera mala (tampoco era excelente), pero sí es verdad que durante esa etapa de mi vida, la primera en la que empiezas a comer fuera de casa, fui bastante ‘especialito‘ con la comida, en fin, etapas de la vida. Quién lo iba a decir si nos atenemos a la siguiente foto, donde ya apuntaba maneras de foodie…
Lonifasiko ya apuntaba maneras como foodie desde bien pequeño
Sí, de no comer nunca he estado, más bien lo contrario, porque este mal comer en el colegio lo compensaba con mi gran apetito carnívoro, que saciaba en casa. En la ikastola, suplía muchas veces esa falta de ingesta alimentaria básica y necesaria con ingentes cantidades de pan, que comía durante la comida, y durante el partido de fútbol posterior a la comida; había límite en los trozos de pan asignados, pero los sacábamos escondidos en la chaqueta o en el pantalón, para que no nos pillasen. Porque claro, otra máxima era que había que comer rápido para coger sitio en el campo de fútbol principal y organizar un partido a muerte contra la clase de al lado, los enemigos, en lo futbolístico, y en todo.
Viéndome y conociéndome ahora, ¿quién diría que de pequeño comía tirando a mal eh? La verdad es que según me iba haciendo mayor, de una forma natural fui abriendo mi mente alimentaria, probando alimentos que me había dado repelús probar anteriormente y volviendo a catar aquellos de los que no guardaba buen recuerdo en mi etapa infantil; y poco a poco, a día de hoy puedo decir que como casi de todo, con contadas excepciones alimentarias que no trago ni con el mejor de los vinos, léase acelgas, borraja, coliflor, espárragos, alcachofas, salmón a la plancha, brócoli y alguno más que seguro que me olvido. Tampoco soy un gran fan del marisco, dicen que es un defecto, pero yo prefiero un buen plato de cocido maragato antes que unos percebes, soy así de simple, es lo que hay. Juro que he probado todos estos platos, en repetidas ocasiones, pero no puedo con estos alimentos, no me gustan, ni a secas, ni camuflados, ni con mil y un florituras de alta cocina alrededor. Ojo, no me gustan y evito comerlos, pero si no tuviera nada más que comer, está claro que…para adentro con todas las de la ley.
Es más, durante esa etapa en la que empiezo a comer de todo, tengo la suerte de viajar y conocer muchos lugares, con mis padres primero, con mi novia y ahora mujer más tarde; y es ahí donde mi tendencia a comer de todo alcanza su plenitud y empiezo a apreciar y a disfrutar realmente de la comida, tanto de la de casa, como de la de fuera, principalmente en restaurantes. Me considero un afortunado de poder salir a comer fuera en bastantes ocasiones, da igual que sea un plato combinado, un bocadillo, un hot-dog en un puesto de la calle, un menú del día, un menú degustación, o un menú de alta gastronomía en un restaurante de lujo con chiquicientas estrellas Michelín. Para mí, todos y cada uno de estos momentos y vivencias son experiencias gastronómicas, lo que me atrevo a denominar como ‘gastroexperiencias‘, declarándome a día de hoy, muchos ya lo sabéis, foodie confeso.
¿Por qué os he metido toda esta chapa sobre mis diferentes etapas y evolución gastronómica? Porque considero que en los viajes y escapadas que hacemos, seguimos teniendo la necesidad, y la gran suerte, de comer, lo que en muchos casos implica probar alimentos nuevos o cocinados de otra forma, comer en sitios nuevos, en situaciones diversas, etc. En realidad, considero que viajar va muy unido al mundo de la gastronomía, directa o indirectamente, y en nuestro caso, el comer y disfrutar de la gastronomía de una zona, región o país, es algo que va implícito en todos y cada uno de nuestros viajes y escapadas, como un ingrediente más, importante, en todo el puzzle que compone cada viaje. Es algo con lo que disfrutamos como foodies que somos, y realmente lo considero una forma de ahondar en una cultura y tradición, de aprender, y también de valorar la gran labor de la gente que trabaja entre fogones, que son unos auténticos artistas, desde la señora de 60 años que cocina las mejores alubias de la zona hasta el chef revelación del año elegido por la guía gastronómica de turno. Por todas estoas razones, y tras darle una serie de vueltas, he creído conveniente que este blog tenga un apartado denominado ‘Gastroexperiencias‘, donde contaré nuestras aventuras gastronómicas, principalmente experiencias vividas en restaurantes, pero sin descartar otros temas relacionados con la comida y los alimentos, porque también es posible viajar a través de la gastronomía.
Por cierto, con el anuncio de esta nueva sección, creo que la descripción del blog necesita también una pequeña coletilla de actualización, por lo que pasa a ser “Viajes, escapadas y gastroexperiencias por un tubo”, ¿qué os parece? Nada más, os espero en la sección de ‘Gastroexperiencias’, donde intentaré aportar la visión gastronómica que muchos de los viajes y escapadas que hacemos tienen, como siempre, aportando mi experiencia personal, y no pretendiendo ser un crítico de cocina y gastronomía, porque entre otras cosas, no me considero un experto, soy un simple aprendiz de foodie, que no morrofino ;-), que disfruta un montón en torno a una buena mesa. Espero que guste, ¡a la mesa!
SaludoX!