No entramos. Ocurre cuando vemos un restaurante en un local muy moderno y céntrico, o justo al lado de un monumento o atracción turística ‘top’ de una ciudad. ‘Algo’ nos echa para atrás. El ser humano es así. De idiota. En el fondo, queremos entrar y probar, pero ‘algo’ nos frena. Sí, hay ocasiones en las que nuestro poco racional razonamiento, irremediablemente barre la parte emocional e instintiva del momento, y empieza a enviarnos mensajes del tipo “ese sitio es demasiado/caro para ti“, “ya verás qué clavada te van a pegar…”, “ni se te ocurra, ahí van solo los guiris”, etc.
Es muy difícil ir en contra de estas señales nerviosas que nos envía el cerebro en forma de alerta económica, pero afortunadamente, hay excepciones que tumban la racionalidad de Kant y terminan en experiencia de máximo disfrute, soltando endorfinas a tutiplén. Porque al fin y al cabo, la vida la crearon -quien fuera- para disfrutarla, ¿no? Hala, acompáñanos a comer en el restaurante Bistró Guggenheim Bilbao, o ¿piensas seguir alimentando mitos y prejuicios, escudándote en que tú no entiendes de arte gastronómico?