Más allá de Calvis, Ajaccios y Bonifacios, una ruta en coche porel norte de Córcega es la excusa perfecta para descubrir cabo Corso, la parte más tranquila, salvaje y desconocida de esta bella isla mediterránea.
Porque no todo es sur en Córcega, aquí tienes algunas ideas y consejos sobre qué ver en Cap Corse, pistas para no perder el norte (o sí) en el ‘dedo de Córcega’.
Si la costa gaditana es conocida por los ricos y versátiles alimentos que le brinda el Océano Atlántico, la gastronomía en la Sierra de Grazalema no le va a la zaga. A ello contribuyen productores, artesanos y hosteleros como el Restaurante La Divina en El Bosque (Cádiz), un coqueto espacio gastronómico que apuesta con decisión por los vinos de Andalucía y demuestra más pasión y creatividad que nadie a la hora de poner en valor el producto local. Si quieres degustar las múltiples posibilidades de la extensa y rica despensa del interior de Cádiz, ¡ya estás arreando pa’ la sierra de Cádiz!
Nos gusta comer bien. Y nos gusta el vino. Es una putada. Un sinvivir. Sobre todo para el bolsillo. Sí, tenemos ese defecto: cuando nos sentamos en un restaurante para comer tranquilos y ‘en plan bien’ (no hablamos de comer un menú del día), somos de los que perdemos invertimos siempre unos minutos en la carta de vinos del restaurante de turno. Comienza el placentero sueño de todo winelover: por allí desfilan clásicos riojanos que nunca pocas veces fallan, tentadores Riberas, denominaciones de origen que empiezan a despuntar y referencias varias que despiertan hasta la más adormilada de las curiosidades… Hasta que de repente, normalmente a mano derecha del nombre del vino y de la bodega que lo elabora, una cifra en negrita te despierta a golpe de duela de tu sueño húmedo, dejándote ojiplático. ¿Te ha pasado alguna vez? Pero, ¿qué leches pasa con el precio de los vinos en los restaurantes?
Algunos bares y restaurantes se pasan siete pueblos. Algunos incluso se pasan siete ciudades. No queremos generalizar porque siguen quedando, afortunadamente, muchos honrados hosteleros y restauradores que no quieren engañar a sus clientes y perderlos, pero sí es verdad que últimamente nos estamos llevando unos sustos de notable envergadura al elegir vinos en cartas de restaurantes.
El viaje de una botella de vino desde la bodega a la mesa de un restaurante
Como en otros muchos productos que se comercializan, suponemos que el viaje de una botella de vino desde que sale de la correspondiente bodega hasta que se descorcha sobre un impoluto mantel es largo y complicado. Nadie dijo que viajar fuera fácil.
Hay restaurantes que tienen relación directa, incluso capacidad de negociación, con bodegas y productores de vinos, mientras que en otros muchos casos, aparece la temida (¿Por qué? ¿Por qué?) figura del distribuidor de vino, quien normalmente se encarga de suministrar directamente, o a través de su red de transportistas de confianza, el mejor zumo de uva embotellado.
Como ves, empieza a haber varios actores en la cadena de suministro; personas que al igual que tú y yo, tienen que comer y pagar facturas; personas que van añadiendo al precio del vino en origen un pequeño porcentaje por cada escala; escalón en algunos casos. Es lícito. Es normal. Al menos yo así lo veo.
Cuando me siento en la mesa de un buen restaurante y me dispongo a pedir una botella de vino, asumo esa(s) “mordida(s)” que haya podido acarrear el viaje comercial de una botella de vino. Es más, dependiendo del restaurante en el que esté, y en base a variables simples como su nombre, la atención y el servicio al comensal, la amplitud y variedad de la carta de vinos, sus condiciones de almacenamiento, la existencia de personal especializado -no hay porqué ser sumiller- con conocimiento suficiente como para aconsejar un vino, estoy dispuesto a pagar -gustosamente- el último diferencial que le añade el establecimiento.
Hasta un límite, claro. Porque como decía Jim Carrey en aquella campaña publicitaria para aquella multinacional de electrónica: ‘yo no soy tonto’. Y tú, seas winelover o no, detestes o te la traiga floja el mundo del vino, tampoco lo eres.
Da igual que no sepas qué es un Godello, nadie se puede permitir el lujo de ‘torearte’ y reírse de ti a la cara sobre un mantel, que para eso ya están las plazas de toros y las sesiones de risoterapia.
Lo digo con cierto conocimiento de causa. Y es que en los últimos años, nos hemos llevado más de un susto al ver el precio de algunas referencias de vinos en ciertos restaurantes. Sería cruel dar nombres pero ha habido casos dignos de salir a la calle a manifestarse y aplicar el artículo 155. Y el 156. Hablo tras visionar exhaustivamente cartas de vinos de restaurantes de todo tipo: desde plazas gastronómicas de alto copete hasta restaurantes más normales en los que cuidan el tema del vino.
¿Hay alguna regla/fórmula para marcar el precio de los vinos en los restaurantes?
En catas de vinos profesionales, en cenas secretas de winelovers, en apasionantes partidas de mus, incluso en ciertos confines oscuros de Internet, siempre se ha oído que los restaurantes no podían incrementar el precio del vino más allá de un porcentaje concreto. ¿Es esto cierto? ¿Hay alguna reglamentación hostelera al respecto o es una simple y ansiada percepción elevada a leyenda urbana?
Reglamentaciones y deseos aparte, por muy exclusivo que sea el vino, por muy espectacular que sea la bodega de tu restaurante -y elevados sus costes de mantenimiento-, y por muy nariz de oro que sea el sumiller que merodea por la sala, no puedo entender que una botella de vino servida en la mesa de un restaurante supere en más de un 50% su habitual precio de venta al público.
Quizás con un ejemplo lo veas mejor: si tú puedes comprar un crianza del 2011 a 10 € en la estantería de una vinoteca, en Internet o en un supermercado (lo que indica que su precio en origen, en bodega, es considerablemente inferior), pagar 15 € por esa misma botella (misma añada, porque la añada importa) puesta en la mesa de un restaurante ya me parece suficiente.
Me da igual cómo se distribuyen los márgenes y las comisiones a lo largo y ancho de toda la cadena. Yo me estoy comiendo un 50% de incremento de precio sobre su PVP, y creo, sinceramente, que eso es más que suficiente para mi bolsillo.
Precio mínimo de los vinos y porcentajes de incremento sobre el PVP
El mismo ejemplo es extrapolable a vinos reservas, vinos de autor e incluso a vinos submarinos. Si yo sé que la botella de vino de alta expresión de la bodega ‘Y’ vale 20 € en la tienda ‘Z’, me parece injusto pagar más de 30 € por ese mismo vino servido en la mesa de un establecimiento. ¿Ese 50% no es margen suficiente como para que todos los actores de la cadena puedan comer y cumplan con sus obligaciones fiscales? No sé. Pregunto.
Con vinos más corrientes -que no peores-, por ejemplo con los vinos de año, entiendo que establezcas un porcentaje mínimo que ‘cargas’ al precio, o incluso un baremo mínimo en euros en concepto de gestión, almacenaje en óptimas condiciones, servicio, etc. Comprendo perfectamente que no puedas quieras servir en mesa un vino de año, cosechero, que lo sacas de bodega a 2,5 €, por 5 €. ¿Que en ese caso cobras 8 €, incluso 10 € por botella? No problem.
Es más, ¿has establecido en 10 € el precio mínimo de los vinos de tu carta, y luego ya, de ahí para arriba, con el resto de vinos, marcas otras pautas para determinar el precio? No problem. Si aprecio los vinos del año y es un buen vino, quizás esté dispuesto a pagar ese incremento del 300%. Si es que no hay nada como dejar las cosas claras. El comensal, por normal general, lo va a entender. Pero de entenderlo a que le vacilen, hay un trecho.
Exceptuando estos precios mínimos, dependiendo de variables antes comentadas, y de lo caliente que pilles mi paladar y mi bolsillo, podré hacer un esfuerzo extra y superar ese porcentaje y barrera psicológica del 50% en ocasiones especiales, pero por normal general, nunca pediré vinos cuyo precio en mesa se haya incrementado en más de un 100% respecto al PVP conocido.
Me da igual que esté cenando en el Arzak, que la añada sea excelentemente excelente, y que intentes justificar el precio aludiendo a que quedan muy pocas botellas en el mercado de aquella serie limitada. No me vaciles. Basta ya de mamoneo, viejo zorro.
¿Te parece bien cobrar más de 20 € por un vino tinto crianza que vale 10 € máximo en la balda de cualquier supermercado de barrio? Las condiciones en las que guardas el vino serán excepcionales, y la nariz de tu sumiller única, pero no hay que tener un máster en enología por la HaroWine Business School para concluir en que el precio de ese vino, respecto a su PVP -por no hablar respecto al precio de bodega- no es galáctico, es desorbitado (en su acepción ‘que se sale de órbita’). Para eso, mejor comprar vino online y bebérmelo tranquilo en casita.
Y todo lo que se infla sin mesura ni cordura, puede explotar. Puede explotarte. En las manos. En la cara. O en la de los pobres clientes, que no pedirán vino nunca mais y no volverán a comer a tu restaurante.
No soy un tocahuevos. Soy un tipo que visita bodegas y pregunta precios, una persona que se ‘pierde’ en largos pasillos de supermercados, escudriña estanterías de vinotecas y curiosea diversas webs que se dedican a vender vino por Internet.
Soy así de raro. Cuando entro a un bar, soy de los que la mirada siempre se le va a la pizarra de vinos, en busca de referencias nuevas, basculando mentalmente teóricas calidades con precios por copa. Estas pequeñas obsesiones (cada uno tiene sus propias manías) te hacen conocer, grosso modo, el precio de venta al público de vinos en bares y restaurantes. No de todos, pero sí de muchos. Lo dicho: un bicho raro.
Y visto lo visto, y sabido lo sabido, admito que me da incluso reparo abrir algunas cartas de vinos en restaurantes; sobre todo en restaurantes de cierto renombre, que agarrándose en críticas gastronómicas y alabanzas positivas hacia sus platos, no dudan en darle un buen ‘viaje’ a los precios de los vinos de su bodega. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿Te crees un ser superior, un bodeguero supremo?
Así, últimamente, tras alguna que otra bofetada de campeonato, siempre opto por referencias que destaquen por su relación calidad-precio. Incluso prefiero arriesgar con vinos ‘desconocidos’ que todavía tienen precios contenidos. Aunque la gastroexperiencia lo merezca, hace tiempo que no entra en mi mente, por principios, rascarme el bolsillo hasta límites insospechados para disfrutar de un vinazo reserva en un restaurante. Y es una pena.
(Eno)Gastronomía: sin vino no hay paraíso
Por ello, querido propietario de restaurante, no engañes a tus comensales, no mancilles el nombre de bodegas que nos hacen disfrutar tanto, y sobre todo, no te engañes a ti mismo. No intentes cargarme a mí lo mismo o más que te han cargado a ti tus distribuidores ¿de confianza? Porque si sigues con esos precios de Champions en la carta de vinos de tu restaurante de Europa League, vas a conseguir que algunas referencias de tu bodega se llenen de polvo y se avinagren.
y lo que es peor, que los comensales, ojipláticos, opten por beber cerveza o agua. Imagínate un buen lechazo que exige un Ribera de Duero o un vino toresano con cuerpo, un pescado a la parrilla que marida de cine con un vino blanco de la zona… ¿De verdad concibes comer y degustar estas delicatessen, con agua, con cerveza? Lo dicho, yo no soy tonto.
Y seguro que tú, dueño de restaurante, tampoco eres tonto. Y como quieres que la gente siga disfrutando de tu cocina (porque ésa es la parte primordial de tu quehacer, tu objetivo, ¿verdad?), no te pases -mucho- con los precios de los vinos. De lo contrario, acabaremos todos yendo al restaurante con el vino bajo el brazo (ojo, algunos ya lo permiten), y así podré llevar ese merlot del sur de Italia que tanto me pone, una opción infinitamente más económica que cualquier referencia de tu carta de vinos.
Me cobrarás un descorche simbólico y todos tan amigos. Algunos restaurantes ya lo hacen, y bebido lo bebido, no me parece nada descabellado. Almacenado en peores o mejores condiciones, me jugaré que el vino me salga bueno o malo, pero nunca podré echarte la culpa de nada. Eso sí, evitaré el sablazo que le metiste a aquella cuadrilla de japoneses con aquel Somontano reserva del montón.
Vomitados todos estos sulfitos que me estaban produciendo una úlcera más grande que los meandros del río Ebro, necesito imperiosamente que alguien con conocimiento de causa me explique la verdad y nada más que la verdad sobre este tema, caldo de cultivo perfecto para una buena novela negra. Si hace falta, para dialogar de forma más fácil, se abre una botella de vino. Hablemos con calma.
Sinceramente, me gustaría necesito saber qué pasa en ese viaje que realiza una botella de vino desde la bodega hasta la mesa de un restaurante; incluso me gustaría saber qué pasa en la trastienda o bodega de los establecimientos afanados en hacer disfrutar los paladares vitivinícolas más exquisitos.
Por no extender esta ‘protesta’ a los bares, hecho que daría para otro artículo, o para una serie de reflexiones con tintes bíblicos realmente graves. Si es que se ve cada caso, cada cosa, en nuestras barras y en nuestras mesas…
Por descontado, espero me encantaría leer en los comentarios de este artículo, opiniones, experiencias y argumentos de todas las partes implicadas en este escabroso asunto: bodegueros, distribuidores de vino, hosteleros, sommeliers, propietarios de restaurantes, críticos expertos en vino, y como no, winelovers o comensales que acostumbran a perder invertir unos minutos oteando la carta de vinos de un restaurante.
Recuerda siempre que el dios Baco está mirando por un agujerito lo que hacemos con cada botella de vino que pasa por nuestras manos. Seamos honrados a la hora de fijar los precios de los vinos en los restaurantes y nos llevaremos bien en la mesa. El vino no se merece estas peleas, desavenencias y cabreos. Tampoco la gastronomía, que sin verlo ni quererlo, al final se ve claramente afectada.
No olvidemos que el vino fue alimento y sustento antes que artículo de lujo y exclusividad. Por ello, brindemos porque el vino se siga elaborando con mimo y esmero para que la gente pueda celebrar momentos especiales con familia, amigos y demás gentes del mundo. Sigamos pidiendo y bebiendo vino. Sigamos disfrutando y sonriendo a la vida, que para eso está.
Disclaimer: Este artículo no pretende generalizar ni meter a todos los hosteleros y restauradores en el mismo saco. Simplemente quiere sacar a la palestra las malas prácticas que realizan con los precios de los vinos algunos bares y restaurantes, para al mismo tiempo, preguntar abiertamente a las partes implicadas que pongan algo de luz, incluso soluciones, a este oscurantismo que rodea a este tema, un “problema” que está consiguiendo que a la gente se le quiten las ganas de pedir vino en la mesa de un restaurante. Las fotos utilizadas en el artículo, con las bodegas, marcas de vino y personas que aparecen en ellas son totalmente aleatorias, sin querer decir nada con ello ni querer señalar o influir en la lectura.
Saludos!
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El departamento de la Dordoña (Dordogne en francés) es tan grande que podríamos estar semanas discutiendo cuál es la mejor ruta en coche para descubrir Dordoña-Périgord. Estando como estamos en una de las zonas más bonitas de Francia, sería injusto recomendar visitar una docena de lugares imprescindibles; sería hablar con alevosía sobre qué ver y qué hacer en Dordoña-Périgord, y desgraciadamente, solo conocemos un ínfimo porcentaje de los tesoros que encierra esta regióndel suroeste de Francia. Por ello, huyendo de guías completas y sin lanzarnos de cabeza a la piscina al río Dordogne, te damos unas pinceladas globales -muy françaises- para que te hagas una primera idea de lo que puede dar de sí un viaje por Dordoña-Périgord con niños. ¿Quieres vivir un viaje de cuento?
No entramos. Ocurre cuando vemos un restaurante en un local muy moderno y céntrico, o justo al lado de un monumento o atracción turística ‘top’ de una ciudad. ‘Algo’ nos echa para atrás. El ser humano es así. De idiota. En el fondo, queremos entrar y probar, pero ‘algo’ nos frena. Sí, hay ocasiones en las que nuestro poco racional razonamiento, irremediablemente barre la parte emocional e instintiva del momento, y empieza a enviarnos mensajes del tipo “ese sitio es demasiado/caro para ti“, “ya verás qué clavada te van a pegar…”, “ni se te ocurra, ahí van solo los guiris”, etc.
Es muy difícil ir en contra de estas señales nerviosas que nos envía el cerebro en forma de alerta económica, pero afortunadamente, hay excepciones que tumban la racionalidad de Kant y terminan en experiencia de máximo disfrute, soltando endorfinas a tutiplén. Porque al fin y al cabo, la vida la crearon -quien fuera- para disfrutarla, ¿no? Hala, acompáñanos a comer en el restaurante Bistró Guggenheim Bilbao, o ¿piensas seguir alimentando mitos y prejuicios, escudándote en que tú no entiendes de arte gastronómico?
Es difícil comer mal en las históricas y fértiles tierras que coquetean entre Araba y La Rioja, a la vera del río Ebro y a los pies de nuestra querida Sierra Cantabria. Por el contrario, también es difícil comer muy bien y pagar la cuenta con sumo gusto, con la sensación de que la gastroexperiencia, un sumatorio simple de cocina, atención y sitio, lo merece. Hoy queremos compartir contigo nuestro último descubrimiento gastronómico en ese trozo de La Rioja que se adentra desafiante en plena Rioja Alavesa. Vamos ya con la experiencia gastronómica vivida en el restaurante La Bodega de Rivas, uno de los dos restaurantes en Rivas de Tereso, una diminuta localidad riojana que rehuye y vive a la sombra de pueblos muy conocidos como Labastida y San Vicente de la Sonsierra.
Solemos bromear diciendo que La Rioja es la única comunidad autónoma de España que tiene dos capitales: Una, la administrativa, Logroño; y otra, la verdadera capital, la que tiene alma. Sí, en el segundo caso hablamos de Haro, indiscutible Capital de la del Rioja. El enoturismo está de moda, y como no podía ser de otra manera, la localidad jarrera (gentilicio popular utilizado en vez del formal “harense”), con su tradición y buen hacer en el mundo del vino, no se queda a la zaga.
Pero, ¿alguien entiende el vino sin gastronomía, o la gastronomía sin vino? Forman una pareja enogastronómica sólida e inquebrantable. Tienen sus momentos de tensión y enfados, como todas las parejas, pero están condenados a entenderse, sea en la cama o sobre la mesa. Por los siglos de los siglos, las bodegas que pueblan el clásico barrio de la Estación de Haro, cuna de bodegas centenarias, piden a gritos que los establecimientos de la localidad mariden los buenos vinos con buena gastronomía. Así, con la premisa de picar y comer en plan informal y sin exigir alardes de creatividad culinaria, os proponemos una ruta de pinchos y tapas en Haro, con especial atención ala zona de tapeo de La Herradura. ¿Te vamos sacando un vinito?
El lunes 26 de Octubre del 2015 fue la fecha señalada para celebrar la IExperiencia Verema Bilbao. Le ha costado a Verema venir a la capital del mundo, pero ahora, tras habernos dado un garbeo por el Palacio Euskalduna Jauregia, podemos decir que ha merecido la pena, y que será a buen seguro, una cita que tendrá continuidad en añadas posteriores.
En este blog siempre hemos defendido que somos aficionados amantes del vino, lo que es muy diferente a ser experto en vino. Quizás por ello, y por ser la primera vez que asistíamos a un encuentro Verema, acudíamos recelosos ante lo que pudiera depararnos el evento. Recelosos, pero con los ojos, los oídos y especialmente el olfato, bien predispuestos, con ganas a escuchar a bodegueros, con ganas de interpretar y aprender. Y por supuesto, con las papilas gustativas deseando probar vinos nuevos y diferentes, vinos que se alejan de los vinos tradicionales, mayoritariamente Rioja, que solemos consumir a lo largo del año. Dicho esto, vete a por un sacacorchos y disfruta de nuestra muy personal selección de vinos blancos que nos han llamado la atención en ‘el clásico’ entre los eventos del mundo del vino en España.
Es probable que no asocies la provincia de Cáceres con la producción de vino. No te preocupes, no eres raro, pasa hasta en las mejores casas. Cáceres no tiene, ni es probable que tenga nunca, una masa crítica de bodegas ni marca de vino mundialmente reconocida como pueda tener La Rioja o la Ribera de Duero . Sin embargo, al igual que en otros muchos puntos de España, en Extremadura también se produce vino, y en muchos casos, buen vino.
En los últimos tiempos, los vinos de Extremadura, especialmente aquellos producidos en la parte sur de la comunidad extremeña, agrupados bajo la D.O. Ribera del Guadiana, están empezando a tener cierta repercusión y eco en el mercado. Así que caldos extremeños, más allá del típico vino de pitarra, haberlos, haylos. Para muestra, un botón la bodega Viña Placentina.
Ardoaraba es una palabra que para la gente de Euskadi, más específicamente, para los que hablan euskera, dice mucho de por sí, ya que ‘ardo‘ significa ‘vino’ y ‘Araba‘ es el nombre oficial de la provincia de ‘Alava’. Pero claro, es normal que la gente que viene de fuera no tenga ni idea del verdadero significado de ‘Ardoaraba’, al igual que yo no tendría por qué saber qué significa Innsbruck en tirolés. Bien, para todos los que no saben qué significa Ardoaraba y para aquellos que sólo conocen la traducción al euskera, vamos a contar con pelos y señales qué es y cómo se vive Ardoaraba, en primera persona del plural, que es como asistimos nosotros a la edición del 2013, léase en familia.