Sin darnos cuenta, hemos aparcado el coche y caminamos sin rumbo fijo por las calles de ese pueblo en el que no tenías previsto parar. Tocaba echar gasolina, fumar un piti o cambiar de agua al canario… El caso es que deambulas ya sin rumbo fijo por las calles de un sitio que no conoces, cuando de repente, tu estómago ruge cual león de la sabana y te avisa que se acerca la hora de comer. Comienzas a pasear y a estudiar, disimuladamente, sin llamar demasiado la atención de los camareros, el conglomerado de variadas pizarras, letras multicolor y menús que ofrecen los bares y restaurantes de la zona. Como apoyo tecnológico, sacas el smartphone que te acaba de regalar el Olentzero y consultas esas apps para buscar restaurantes cerca que siempre llevas a mano. Mucha información, demasiada, poco tiempo y mucha hambre. Empiezan los problemas, las dudas y las discusiones. ¿Te suena la película?
