En uno de los últimos recodos de la accidentada Costa Azul francesa, al amparo de las glamourosas Niza y Mónaco, encontramos una pequeña y pintoresca localidad que tiene una gran peculiaridad: su puerto es el primero en Francia en cuanto a tránsito de cruceros de recreo, ahí es nada, lo que se traduce en mucho turismo. Nunca lo hubiera dicho, me imaginaba que los cruceros, requerirían de una infraestructura de puerto considerable, y claro, viendo el pueblo y puerto de Villefranche encajonados en una pequeña bahía, no lo veía muy factible. No, hasta que comprendí la maniobra de aproximación del barco, que se detenía lentamente y echaba el ancla en la propia bahía, sin llegar al diminuto puerto. Aaaamigo, así sí. Parece que esta bahía reúne las condiciones ideales para el fondeo de semejantes bestias navales, y luego, si te apetece, te transportan al puerto de Villefranche en barcos nodriza más pequeños, para que pases el día por allí a tu aire o realices alguna de las excursiones disponibles, por ejemplo, la visita a Mónaco, muy recomendable.
Por todo ello, esta localidad es turísticamente muy conocida, siendo una de las paradas típicas en cualquier crucero por el Mediterráneo, también en el caso del crucero “Brisas del Mediterráneo” de la compañía Pullmantur, que fue el que nosotros hicimos, a bordo del mega buque Sovereign, ¡menudo monstruo!
El buque Sovereign desde el barco nodriza
Uno de los tripulantes del barco nodriza, un auténtico “lobo de mar”
El barco nodriza, con bastante capacidad, estable, y apto para sillas de ruedas y cochecitos de bebé (fuimos en este plan, Izaro tenía 3 meses), te deja en menos de 10 minutos en la pequeña terminal marítima del puerto de la localidad. Según sales de la terminal, a mano derecha y antes de entrar en el puerto y paseo marítimo, nos damos de bruces ya con la pintoresca capilla de San Pedro.
Capilla de San Pedro ó Chapelle Saint-Pierre, en el mismo puerto de la localidad
A partir de aquí, una sola recomendación para descubrir la localidad: subir de frente por alguna de las estrechas callejuelas y escaleras que suben hacia el casco histórico y…¡perderse, literalmente! No hay otra fórmula mejor para explorar esta localidad, una guía de turismo poco tiene que hacer en este caso, ga-ran-ti-za-do. Nosotros empezamos a caminar en grupo, pero acabamos como el rosario de la Aurora, completamente desperdigados, cada uno sacando fotos en diferentes puntos del casco antiguo; divertido, sólo sabíamos que a cierta hora había que estar de vuelta en la terminal marítima, y para llegar allí, es tan fácil como bajar hacia el puerto, el asunto no tenía pérdida.
Una vez te adentras en el casco histórico, a través de sus estrechas calles de accesibilidad cero, sólo queda disfrutar de los mil y un detalles que irán procesando tus retinas, siempre fusionando múltiples colores de fachadas y vegetación, con ese ambiente bohemio y a veces “viejuno” tan propio de los cascos históricos. Os puedo asegurar que la combinación funciona, y si además, añades a la visita un poco de día gris y sirimiri, el cóctel es explosivo no, lo siguiente.
Puertas y ventanas coloridas en el casco histórico de Villefranche
Gotas de lluvia en macetas del casco histórico de Villefranche
Como monumento destacado y referente de la parte antigua, cabe mencionar la iglesia de San Miguel, construida inicialmente en el siglo XV, y de influencia italiana. El interior no llamó mucho mi atención, y destacan a los ojos del viajero, su espigada y colorida torre y su gran reloj.
Torre y reloj de la Iglesia de San Miguel (Église Saint-Michel)
De todas formas, como comentaba, yo me sigo quedando con los detalles pintorescos y fotogénicos, de vida cotidiana algunos, de la parte antigua, para empezar a hacer fotos y no parar…
Fuentes que ¿florecen?
Flores y plantas en las calles de Villefranche
Calles de contrastes: viejos ventanales y pinzas modernas
Calles empinadas, nada accesibles, del casco histórico de Villefranche
Todavía con el dedo pegado al botón de disparo de la cámara, por si algún inesperado detalle hace acto de presencia, salimos del casco histórico, con la mirada puesta ya en otro sitio con no menos historia: la ciudadela de Saint-Elme. Construida en el siglo XVI, y situada en un punto ligeramente elevado cerca de la actual terminal marítima, esta fortaleza ejerce de testigo mudo del turbulento pasado de ocupaciones y batallas vividos por la villa. Y es que Villefranche, pasó gran parte de su historia a caballo entre diferentes condados y ducados, siendo a finales del siglo XIX, no hace tanto vaya, cuando definitivamente es anexionada a Francia.
Asentada sobre una colina, es una ciudadela de dimensiones bastante grandes, cuya construcción y gruesas paredes verticales, de piedra, bajan hasta el mar, o en su defecto, hasta un foso bastante profundo. El estado de conservación es relativamente bueno, pero no sé si por el musgo, la vegetación y el desgaste y color de la piedra de los muros, desde fuera puede dar la sensación de un poco de dejadez, ésa fue al menos mi impresión.
Entrada a la ciudadela de Saint-Elme, del siglo XVI
Panorámica de Villferanche y su caserío desperdigado, desde la entrada a la ciudadela
Por dentro, diferentes estancias del fuerte se han reacondicionado, alguna de ellas convertida incluso en museo, por lo que entre sus estancias y paredes coloridas, es posible ver antiguos cañones bélicos y anclas marinas al lado de esculturas ciertamente modernas, curiosa combinación.
Cañón apuntando a la bahía de Villefranche
Interior de la ciudadela de Saint-Elme
Diversas esculturas jalonan el recorrido interno por la ciudadela
Saliendo ya de la ciudadela, no es mala idea bajar de nuevo al puerto y caminar tranquilamente por el adoquinado paseo marítimo, e incluso tomarnos algo (si nuestra cartera lo permite, los precios son muy caros) en alguna de sus tranquilas terrazas y restaurantes, a modo de descanso.
Terrazas en la zona del puerto de Villefranche
Por último, recomendar la vista aérea de Villefranche que se obtiene desde el improvisado mirador la carretera dirección a Mónaco, tramo de asfalto que serpentea bajo la montaña, elevándose a bastante altura sobre la bahía. Si no me equivoco, se puede subir también a pie desde la última parte del paseo marítimo, frente a la larga y afilada playa de la localidad; en nuestro caso, al tener la excursión a Mónaco a continuación de esta visita, fuimos comodones y nos llevaron hasta este punto en autobús. Hay que parar malamente en el arcén de la carretera, por lo que ojo al bajar, el sitio no es muy apropiado, apenas hay arcén y un pequeño murete, y la carretera tiene bastante tráfico. Independientemente de cómo llegues a él, las vistas sobre la bahía y la pintoresca localidad asentada sobre la colina, al amparo de la montaña, son muy chulas, merece la pena.
Villefranche desde la carretera dirección a Mónaco
Playa de Villefranche
Tras este entretenido e intenso paseo de una mañana entera aproximadamente, me queda claro por qué muchos cruceros como Pullmantur han elegido esta localidad como una de sus escalas en la Costa Azul: es una localidad pintoresca y divertida, y está muy cerquita de Mónaco, una excursión lujuriosa y muy apetecible. ¿Qué opináis, creéis que ando desencaminado con mis teorías crucerianas o consideráis que Villafranche por sí sola bien merece una parada?
SaludoX!